La envidia nos resulta vergonzosa e inconfesable, pero está muy extendida en nuestra sociedad.
La envidia es un proceso a veces bastante complejo y soterrado, que puede hacer a la persona profundamente desgraciada incapacitándola de raíz para disfrutar de felicidad alguna. El envidioso nunca está contento consigo mismo, con lo que es, con lo que tiene. Vive resentido. Necesita mirar de reojo a los demás, compararse, añorar el bien de los otros, estar por encima.
Hay personas que terminan viviendo desde una actitud competitiva. No piensan sino en términos de comparación. Inconscientemente, se sienten en la obligación de demostrar que son los más inteligentes, los más hábiles, los más seductores, los más poderosos.
No nos atrevemos a confesarlo, pero en la raíz de muchas vidas dedicadas a ganar siempre más y a conseguir un nivel de vida siempre mejor, solo hay un incentivo: la envidia.
Sin embargo, el que mira con envidia a los demás, no disfruta de lo suyo. Por mucho que posea, siempre brotará en su interior la insatisfacción, el sufrimiento que corroe por dentro al ver que otros «tienen» tal vez más.
Jesús reacciona ante los fariseos que solo viven para aparentar, sobresalir y aprovecharse de los débiles. Lo decisivo es siempre vivir humanamente. Disfrutar de lo que se tiene y de lo que se es. Saber compartir. Vivir ante Dios.
La envidia es un proceso a veces bastante complejo y soterrado, que puede hacer a la persona profundamente desgraciada incapacitándola de raíz para disfrutar de felicidad alguna. El envidioso nunca está contento consigo mismo, con lo que es, con lo que tiene. Vive resentido. Necesita mirar de reojo a los demás, compararse, añorar el bien de los otros, estar por encima.
Hay personas que terminan viviendo desde una actitud competitiva. No piensan sino en términos de comparación. Inconscientemente, se sienten en la obligación de demostrar que son los más inteligentes, los más hábiles, los más seductores, los más poderosos.
No nos atrevemos a confesarlo, pero en la raíz de muchas vidas dedicadas a ganar siempre más y a conseguir un nivel de vida siempre mejor, solo hay un incentivo: la envidia.
Sin embargo, el que mira con envidia a los demás, no disfruta de lo suyo. Por mucho que posea, siempre brotará en su interior la insatisfacción, el sufrimiento que corroe por dentro al ver que otros «tienen» tal vez más.
Jesús reacciona ante los fariseos que solo viven para aparentar, sobresalir y aprovecharse de los débiles. Lo decisivo es siempre vivir humanamente. Disfrutar de lo que se tiene y de lo que se es. Saber compartir. Vivir ante Dios.
http://www.youtube.com/watch?v=o4UOIf3MFug

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